
Autor: Belén Piñero, publicado en el blog Maestra de Corazón.
Una vez
más, recurriré a mi regla número 1:
El primer paso para conseguir que
nuestros niños aprendan a gestionar sus emociones, es que nosotros sepamos
hacerlo con las nuestras. Así que hoy, os daré una serie de pautas para que
vosotros, padres, maestros y/o educadores, sepáis ser el mejor ejemplo posible
para los más pequeños.
La gestión emocional nos permite conocer cómo
reaccionamos ante los estímulos que nos rodean y saber calibrar la cantidad de
energía que queremos invertir en nuestra respuesta, por lo que nos ayudará a no
gastar nuestras fuerzas de forma inadecuada y ser más resolutivos. Las
emociones son sentimientos acompañados de una reacción física, que surgen como
respuesta a diferentes estímulos.
Debemos aceptar en nosotros y en los
demás, todo tipo de emociones, incluyendo las calificadas como negativas.
Todavía es relativamente frecuente ver a educadores o padres, intentando
reprimir el llanto de los niños con frases como “los niños mayores/valientes
no lloran“, cuando hoy está demostrado que el llanto tiene múltiples
beneficios, como liberarnos del estrés, relajarnos y disminuir el nivel de
angustia. Así que, comienza por aceptar en ti mismo y en los demás todas las
emociones, sean consideradas positivas o negativas. Y, una vez dicho esto,
vamos con las pautas para gestionarlas:
1.- Identificar la
emoción.
Es importante reconocer los primeros signos que nos
indican la emoción que nos invade. Así como la tristeza suele ser
característica por el llanto y la presión en el pecho o en la garganta, debemos
intentar reconocer los signos que nos indican otras emociones, como la rabia o
el miedo. Si quieres, puedes probar a realizar un ejercicio, escribiendo las
emociones que te resulten más complicadas de gestionar, describiendo
situaciones que suelen provocarlas y las reacciones físicas que producen en ti.
2.- Sentirla sin perder
la calma.
Si hace falta, retírate un momento, aléjate de la
situación que te haya alterado. Intenta detenerte un minuto, de verdad que no
hace falta más, y es necesario. Cierra los ojos y siente. Escucha lo que tu
cuerpo te quiere indicar, dedícale estos segundos de atención a escucharle.
3.- Respira.
Una vez que hayas tomado conciencia de la emoción que
te invade, respira tranquila y profundamente. Sentirás como su intensidad
disminuye. Mantén los ojos cerrados, coge aire por la nariz lentamente,
mantenlo un segundo y expúlsalo despacio por la boca. Aquí tienes un “calmante”
100% natural y saludable.
4.- Haz balance.
Ha llegado el momento de ver la importancia real de lo
que está sucediendo. Ahora que nos hemos relajado un poco, resultará más
sencillo ver lo sucedido desde otra perspectiva. ¿Qué relevancia tiene esto
en mi vida? ¿Qué repercusiones puede generar? ¿Tendrá importancia dentro de
10 años?. En el caso de ser un problema podremos hacer un balance de los
recursos que tenemos para solucionarlo.
5.- Expresa lo que
sientes de una forma no dañina.
Intenta hablar sobre ello con alguien. Si hay una
persona implicada en lo sucedido, intenta explicarle cómo te sientes, sin
atacar ni resultar hiriente en tu exposición, compartiendo tus sentimientos. Si
estás muy enfadado puedes salir a correr, practicar algún deporte que te ayude
a liberar adrenalina. Según donde te encuentres incluso puedes gritar. Con los
niños funciona muy bien correr de un lado a otro mientras chillan todo lo
fuerte que pueden. Te recomiendo probarlo :).
Aceptar y gestionar tus emociones hará que te sientas
mejor. No es un signo de debilidad mostrarnos tristes o enfadados. Al
contrario, saber hacerlo de forma adecuada te hará enfrentarte de una forma más
eficaz a los retos cotidianos, y será el primer paso para conseguir que
nuestros niños y/o las personas que tenemos a nuestro alrededor lo hagan.
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